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La muestra se inicia con la adaptación de la obra clásica de Vicente Blasco Ibáñez, La barraca, dirigida por Roberto Gavaldón en 1944. Esta película reprodujo fielmente el ambiente de la huerta valenciana y su lógica económica de regadío con una puesta en escena impecable y la actuación de varios de los actores españoles decanos de la escena mexicana, como Manuel Noriega, Anita Blanch, José Baviera y Luana Alcañiz, encabezados por Domingo Soler, el mayor de la saga de hermanos que mejor caracteriza la actuación de carácter del cine mexicano; él mismo hijo de actores españoles. La precisión con la que se realizó la adaptación y el proceso de recreación del ambiente de referencia y del de la novela procede de la mano de Libertad Blasco Ibáñez, hija del autor, y de Paulino Masip, ambos exiliados y buenos conocedores de la obra fuente. Esta película se estrenó en España dentro del contexto del Certamen cinematográfico hispanoamericano de 1948 silenciando el carácter reivindicativo que tenía su producción. De alguna manera, esta película heredaba el legado del cine popular, realizado antes de la contienda española, con un cine que pretendía acercar los clásicos literarios españoles a un público mayor, con un tratamiento acorde con la calidad de los textos. Y en ello, se vinculaba con las apuestas que directores como Emilio Fernández y Julio Bracho estaban llevando a cabo para reelaborar desde la óptica de la alta cultura las narraciones propias de la cultura literaria y estética populares.

 

En segundo lugar, se incluyen dos obras de dos directores procedentes de la generación de los cuarenta, contemporáneos a Gavaldón, a Fernández y a Bracho. En primer lugar, Antonio Momplet, director valenciano que se había exiliado en Argentina en un primer momento para terminar recalando en México –desde donde regresaría a España tiempo después y aun continuaría allí su carrera en la década de los años cincuenta. De Momplet se presenta la película Vértigo, protagonizada por María Félix, la gran diva mexicana del momento, que ya está logrando extender sus encantos como star en Europa también. Esta película responde a uno de los modelos en los que se basa el cine clásico mexicano, es una adaptación de una novela del francés Pierre Benoit, experto en la redefinición de la novela romántica dentro del espectro de vertientes genéricas como el relato fantástico y la peripecia policiaca. En la reinterpretación mexicana, guionizada por Mauricio Magdaleno, uno de los guionistas mexicanos señeros del momento con el propio Momplet, la tragedia de tintes góticos permitía a la Doña reelaborar su persona cinematográfica de mujer fatal con nuevos e interesantes elementos.

 

La obra de Buñuel vertebra la comunicación entre el cine de la época de oro y el de la siguiente generación, que en nuestro programa está identificado por Alcoriza y el tándem Elío-García Ascot. Su trayectoria, tan reconocida y conocida, tiene un sinfín de aristas que le permitieron ser desde un emblema del cine de vanguardia a un referente de los jóvenes directores del nuevo cine mexicano y latinoamericano; pensemos que Los olvidados se convierte en un subgénero dedicado a representar la vida de los jóvenes y niños arrumbados en las grandes urbes que llega como ciclo genérico y temático hasta hoy en día. Del mismo modo, también fue referente para el nuevo cine español, merced a Viridiana que rueda en coproducción entre México y España, en pleno régimen franquista con el consecuente revulsivo y docencia que supuso para los jóvenes directores españoles. La última etapa de su cine, la francesa, presentaría los mimbres sobre los que se construiría el cine de los setenta, asentado en los festivales y dispuesto a configurar un nuevo cine de autor europeo.

 

De Buñuel se presenta Nazarín, adaptación de Benito Pérez Galdós, uno de los autores fetiches del ínclito aragonés, que adaptó junto a Julio Alejandro, otro transterrado aragonés en tierras mexicanas con el que desarrollaría parte de su obra mexicana. La película es un delicado espacio de diálogo entre lo común que aúnan la cultura mexicana y española, elaborado sobre una novela con un preciso diálogo con el cristianismo que no reposa ni en lo anticlerical ni en lo laico. Para llevar a cabo esta delicada negociación se contó con el actor español Paco Rabal, también en franca aproximación al mundo de Buñuel y otro de sus epítomes, pero bien acompañado por dos actrices mexicanas (una de ellas de adopción, Marga López, la otra, Rita Macedo) que permiten cerrar ese circuito de aproximación casi antropológica a lo popular y sus creencias que materializarían los diálogos del veracruzano Emilio Carballido. Ese espacio de creación terminaría por forjarse en la fotografía del mago de la luz mexicano, Gabriel Figueroa, y en la música de otro exiliado remarcable, Rodolfo Hallfter.

 

Finalmente, el programa se cierra con dos trabajos que fundan la década de los sesenta. En primer lugar, la tercera película de Luis Alcoriza plantea sin ambages su ámbito de preocupación en el panorama que se abría para el cine de los más jóvenes y que él inaugura con la enfática película Los jóvenes (1961). Como se apuntaba Tiburoneros (1963) será la segunda película de su trilogía dedicada a descubrir otros «Méxicos» desde una mirada a medio camino entre lo antropológico y lo humanamente diverso desde la óptica de una modernización que ya apunta los problemas de entender otras lógicas de la vida, donde el capitalismo parece enfrentar la pérdida de la libertad o de la vida en un sentido más auténtico.

 

Y como cierre excepcional del programa se presenta En el balcón vacío, una película nacida al calor de los nuevos cines y del ímpetu de las nuevas generaciones, que entonces como ahora, buscan su expresión en el espacio independiente de la producción reglada e industrial. La historia de María Luisa Elío sobre su experiencia del exilio sirvió de base para que un grupo de cineastas, hijos también de padres transterrados, hicieran un relato íntimo y conmovedor de la búsqueda de una identidad, si no perdida, en tránsito siempre por la nostalgia. Filmada en 16mm, en el guion participó el decano de los historiadores del cine mexicano, Emilio García Riera, mallorquín de origen, además de un buen número de jóvenes acuciados por la idea de pertenencia a dos países donde encontrar su propio relato.

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