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Sobre el Día de Muertos

La tradición mexicana del Día de Muertos es un claro ejemplo de sincretismo cultural. La celebración cristiana de Todos los Santos y Fieles Difuntos se mezcla con la conmemoración del Día de muertos que los indígenas festejan desde los tiempos prehispánicos, en la que la concepción de la muerte no se asocia con términos de premio (paraíso) o castigo (infierno). Los pobladores originarios conciben la muerte como un proceso más en un ciclo constante de vida y no como algo trágico. Tras la llegada de los españoles, los antiguos mexicanos – mexicas, mixtecos, texcocanos, tlaxcaltecas, totonacas y otros pueblos originarios de México- trasladan la veneración de sus muertos al calendario cristiano.

La conmemoración de los Fieles Difuntos en la tradición occidental constituye  un acto de luto y oración para que descansen en paz los muertos. Al fundirse en México esta fecha con la tradición indígena se ha convertido en una festividad, en un carnaval de olores, gustos y colores en el que los vivos y los muertos conviven y se reencuentran en una celebración llena de respeto, pero también de alegría y bullicio.

Con la incorporación de la visión católica a las diversas creencias indígenas se produjo la fusión de dos mundos y dos conceptos profundamente distintos, que dio como resultado la manera de festejar en México el Día de Muertos y que constituye, sobre todo una celebración de la memoria. Los rituales reafirman el tiempo sagrado el tiempo religioso y este tiempo es un tiempo primordial, es un tiempo de memoria colectiva. El ritual de las ánimas es un acto que privilegia el recuerdo sobre el olvido.

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